Maite Pagazaurtundua (UPyD)
MAITE PAGAZAURTUNDUA
(UPyD)
No quiero olvidar el artículo 14 de la Declaración de DDHH de la ONU:
“En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo y disfrutar de él en cualquier país”.
Son millones las personas las que escapan de las guerras y del fanatismo violento en todo el mundo. El éxodo de estas personas ha obligado a las instituciones europeas a confrontarse con su verdadera cara ante el espejo. La imagen no es respetable, porque los Estados no son capaces de mantener las palabras de las que presumían y presumen en los discursos oficiales. El artículo 3 de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados prohíbe discriminación alguna por motivos de raza, religión o país de origen. La imagen no es digna, porque en realidad no han deseado materializar, salvo algunos países, durante algún tiempo, la política de acogida de refugiados de las guerras y la persecución.
Durante el último año y medio hemos asistido a la devaluación de la coherencia entre las políticas expuestas y enunciadas por el Consejo y la Comisión con respecto a su ejecución.
El Parlamento Europeo ha impulsado la redacción de planes integrales de actuación, incluyendo vías seguras para que los refugiados de guerra no tuvieran que jugarse la vida en su necesidad de escapar de la muerte e intentar llegar a nuestras fronteras. Se puede comprobar a través del informe que se aprobó en fecha 12 de abril sobre la situación en el mar Mediterráneo y necesidad de un enfoque integral de la Unión sobre la migración. En el informe se apelaba a la solidaridad, exigiendo el empleo de las agencias de la Unión y mostrando algo más que preocupación por el sistema de reubicación y reasentamiento. Sin embargo, el trabajo del Parlamento ha sido desoído y manipulado por el Consejo y la Comisión. Es una dura afirmación, pero necesaria, porque enuncia una frustrante y peligrosa realidad.
Como peligrosa realidad es la del egoísmo de los gobiernos enmascarados tras el Consejo. Peligrosa realidad es la tibieza de la Comisión, subordinándose a las incoherencias del Consejo. Peligrosa realidad, la debilidad del Parlamento que ha jugado el papel del cándido en un juego de tahúres. Todo ello debe ser señalado, porque forma parte de la crisis de valores que lleva al ascenso de los populismos egoístas y xenófobos.
La subcontratación de servicios a Turquía para taponar la llegada de refugiados y migrantes a Grecia ha sido un error desde todos los puntos de vista.
La aplicación del acuerdo con Turquía, lejos de solucionar el problema, ha servido para activar una ruta más peligrosa por el Mediterráneo central, como ya advertían las organizaciones humanitarias. Era previsible. De hecho, la Comisión ha reconocido que se espera el doble de fallecidos por ahogamiento en el mar en 2016. Más de la mitad de quienes intentan llegar a nuestras costas son mujeres y niños. Turquía amenaza a las instituciones con abrir de nuevo la espita de llegadas a Grecia.
Por otra parte, se ha presionado a Grecia para que aplique el injusto Reglamento de Dublín que le obliga, por otra parte, a impedir la salida de los refugiados y migrantes de Grecia, por lo que los centros de registro se han convertido en cárceles a cielo abierto y hay casi 50.000 personas en una situación insoportable y atrapadas allá.
El ejemplo paradigmático, reflejo de nuestra (falta de) política de asilo, fue el impropio campo de refugiados de Idomeni.
Tras Eslovenia, Croacia y Serbia, Macedonia fue el cuarto país que cerró sus fronteras. Lo hizo el 8 de marzo, cortando así el acceso conocido como la “vía de los Balcanes”. Dejó a 13.000 personas atrapadas en Idomeni. Tras el colapso Grecia, decidió desalojar el campo de refugiados el 24 de mayo de madrugada, asegurándose de que no hubiera testigos de prensa. Solo 5 miembros de Médicos Sin Fronteras pudieron comprobar cómo se desalojó a los 8.400 refugiados que entonces había allí, sin darles ninguna indicación acerca de su futuro asentamiento. Los refugiados acabaron en campos que ACNUR califica como “muy por debajo de los estándares mínimos”.
Médicos sin Fronteras ha renunciado el 17 de junio a los fondos europeos porque no quiere ser cómplice en una política que no puede denominarse de asilo. El embajador de la UE ante Turquía ha dimitido el 14 de junio para calmar a Erdogan en su chantaje creciente a la UE. La Comisión no responde a los diputados que le demandan el nombre y número de los Estados que se niegan a colaborar en las políticas aprobadas para la reubicación y reasentamiento de refugiados. La Comisión ya ha anunciado el 7 de mayo que estudiará la creación de macro-cárceles flotantes para la primera criba de migrantes y refugiados, sin pisar siquiera tierra firme, a salvo de miradas indiscretas, de testigos incómodos.
Si no acogemos al número de refugiados que nos permiten nuestras estructuras locales, regionales y nacionales, apartando ya las mentiras y las excusas burocráticas, y si no lo hacemos con la dignidad que les corresponde y con los valores recogidos en nuestro Tratado, será difícil frenar la escalada xenófoba y violenta que están sufriendo dentro de nuestras fronteras. Según el Informe sobre Derechos Fundamentales de 2016 de la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales (FRA), los ataques de la extrema derecha contra inmigrantes han aumentado escandalosamente. En Alemania, por ejemplo, los incidentes respecto a los lugares de acogida han pasado de 199 en 2014 a 1.031 en 2015; de 29 ataques violentos a 177. Respecto a incidentes directamente relacionados con los refugiados y solicitantes de asilo, se pasó de 62 en 2012 a 1.610. Hubo al menos 140 ataques violentos.
Lo peor es cómo se percibe socialmente el perfil de estos atacantes. La primera encuesta del FRA sobre la discriminación contra los inmigrantes y las minorías (EU-MIDIS), publicada en 2009, revela que los encuestados opinan que entre el 32% y el 71% de los agresores son parte de la población mayoritaria. Gran parte de la población no asocia tanto los ataques a la extrema derecha (entre 1% y 13%) como a la gente normal. Y esto es muy grave, pues corremos el riesgo de normalizarlo socialmente. La tolerante Europa puede estar perdiendo buena parte de su alma.
Lo confirma el FRA cuando emite su Opinión en el Informe sobre derechos fundamentales 2016. Aunque, por una parte, dice que “los Estados miembros y las instituciones de la UE mantuvieron sus esfuerzos para contrarrestar los delitos por motivos de odio, el racismo y la discriminación étnica”, acaba concluyendo que:
“En 2015, los sentimientos xenófobos pasaron a ocupar un primer plano en varios Estados miembros de la UE, alimentados en gran medida por la llegada en gran número de solicitantes de asilo e inmigrantes, así como por los atentados terroristas en París y Copenhague y las tramas frustradas en diversos Estados miembros”.
Desgraciadamente, esta es una realidad que muchos líderes europeos están alimentando. En julio de 2015 escuchamos al ministro de Estonia para la Protección Social rechazando a los refugiados musulmanes, señalando que, “después de todo, somos un país que pertenece a cultura cristiana”. Y hay declaraciones en una línea similar del portavoz del presidente checo, del ministro del Interior eslovaco, del de Chipre o del primer ministro de Hungría: “Los que lleguen se han formado en otra religión, y representan una cultura radicalmente diferente. La mayoría de ellos no son cristianos, sino musulmanes. Esta es una cuestión importante, porque Europa y la identidad europea tiene sus raíces en el cristianismo.”.
Palabras como estas demuestran que la Unión Europea está olvidando que su primera piedra fue la laicidad, como sinónimo de tolerancia del pluralismo ideológico o religioso. Este valor se apuntala desde los hechos (cumpliendo con nuestras obligaciones con el derecho humanitario y con los compromisos que nosotros mismos hemos contraído), pero también desde los discursos institucionales, desde los programas de educación infantil que, aunque quizás tarde, por fin están promoviendo varios países europeos (entre ellos España, donde el Observatorio Español contra el Racismo y la Xenofobia publicó, para los profesores, el Manual para la prevención y detección del racismo, la xenofobia y otras formas de la intolerancia en las escuelas) o con programas de integración real para que los refugiados puedan acceder a nuestros mercados de trabajo y no quedar socialmente excluidos.
El papel del Parlamento Europeo ha sido ignorado y confirma, por un lado, que la toma de decisiones de manera intergubernamental está contaminando el papel de las instituciones europeas, y por otro, que los intereses nacionales prevalecen sobre los valores europeos. Es una triste realidad para la democracia europea.
Nos estamos jugando el futuro de Europa, porque en tiempos de globalización no es posible salvarnos solos y porque no es posible la convivencia en la UE si renunciamos a nuestros valores, dado que el populismo lo intoxicará todo y perderemos el futuro.
Por solidaridad, por egoísmo, es necesario aplicar políticas de asilo dignas de tal nombre.